Psicología de la envidia
Psicología para ir tirando - Ein Podcast von Nacho Coller Porta
Una emoción tan silenciosa como destructiva que vive incrustada en el ADN psicológico de aquellas personas incapaces de respetar a los que destacan, tipas y tipos (con bajo interés) que basan su vida en la crítica ajena para esconder sus vergüenzas y carencias y que andan repletas de complejos de inferioridad. Y son muchas, sí, pero esto es lo que hay. Y se multiplican cuando alguien consigue despuntar fruto de su trabajo, de su esfuerzo y de su intelecto. Por cada admirador que a uno le sale, surge un envidioso; y tal y como dijo Seneca: “tan grande como la turba de los admiradores es la turba de los envidiosos”. Y en España, practicarla es el deporte rey. Un país de canallas y de envidiosos. Tienen una personalidad mediocre inoperante, son cutres, están flacos de cualidades, poseen una amígdala detectora de éxitos ajenos ciclada de clembuterol y de bilis de contrabando y padecen de estrabismo psicológico (un ojo en las vidas ajenas y el otro en la propia) y no hay gafas que corrijan tamaña vizquera. Y la envidia es muy silenciosa y le ponen música disfrazada de crítica en corrillos de café con leche, tostada o cruasán, o en la máquina de café del trabajo donde se cuchichea hasta el infinito y más allá, o desde el más puro anonimato de las redes sociales. Troles. Sí, tal vez te corroe la envidia, casi tiras espuma por la boca pero no lo vas a reconocer jamás, ¿lo dudas? Declara tu envidia y declaras tu inferioridad. Viva la caspa. La RAE la define como tristeza o pesar del bien ajeno, o como deseo de algo que no se posee. Es decir, estar bien fastidiado por ver cómo a otro le van bien las cosas, o que consigue cierto éxito. Un envidioso jamás va a reconocer que tus éxitos son merecidos, al contrario, será cuestión de la suerte, o porque tienes un padrino o una ayudita externa o simplemente se refugiará para conseguir una explicación convincente en el clásico y lacónico “la vida es muy injusta”. Si eres mujer, apelará a tus rodillas peladas y dinamitará sin descanso tu reputación. Dan grima. “La envidia va tan flaca y amarilla porque muerde y no come”. Quevedo. Yo tuerto pero tú ciego. Primera parte. En un estudio realizado por dos economistas, Andrew Oswald y Daniel Zizzo, de las Universidades de Oxford y Warwick, dieron aleatoriamente una cantidad de dinero a un grupo de voluntarios que se iba incrementando con el tiempo. En el ensayo, y aquí viene la parte divertida, se les daba la oportunidad de destruir una parte del dinero ajeno, pero sólo a costa de sacrificar parte del propio. Cada dólar destruido a otro jugador le costaría a quien lo lograse entre 2 y 25 centavos. ¿Perder para que el otro pierda? Pues sí, un 62 por ciento de los participantes pagaron por el privilegio de empobrecer a sus colegas de mesa o que no se enriquecieran más que ellos. Así somos, para flipar ¿verdad?