La publicidad fue concebida con el propósito de generar necesidades previamente inexistentes y comercializar productos que no deseamos. Durante décadas, estudios y productores han ejercido su ingenio en la creación de estrategias y conceptos innovadores destinados a atraer al público a las salas de cine, empleando diversos trucos y novedades (gimmicks) para este fin. Frente al dominio económico de los estudios, que fabricaban glamour y estrellas para promocionar sus proyectos (no vamos a hablaros de adelantos reales de la industria), un grupo reducido pero resiliente de creadores de películas de serie B, de calidad discutible, empezó a desarrollar tácticas ingeniosas para llenarse los bolsillos. Entre estos innovadores, William Castle brilló intensamente como una supernova. Su repertorio incluyó sorpresas en el cine con muñecos voladores, experiencias proto 3D, descargas eléctricas reales en el culo, la oportunidad de elegir el desenlace de la película mediante votación y hasta pólizas de seguro de vida en caso de morirte de miedo. Exploramos a fondo estas estratagemas, intercalando nuestro estudio con algunas de las campañas publicitarias más extravagantes y fascinantes de la actualidad. Me ha quedado muy académico el texto, pero no fliparse.